
El origen de las madeleines se remonta al S. XVIII. Una aprendiz de pastelería llamada Madeleine (Magdalena), que estaba al servicio de Stanislav Leszczynsky, ex rey de Polonia, las ideó y las sirvió con gran éxito en un servicio de te cuando el irascible chef pastelero abandono súbitamente su puesto. Poco después, la hija del noble se caso con el rey Luis XV de Francia y estas esponjosas y ricas masitas, identificadas con el nombre de su creadora, encontraron la fama en las mesas del palacio de Versalles.
Se sabe que después de la Revolución Francesa la receta fue vendida por mucho dinero a los pasteleros de Commercy, quienes hicieron de ella el orgullo de la ciudad.
Hoy las madeleines de Commercy son las mas reconocidas de toda Francia.
Quizás las magdalenas sean más conocidas fuera de Francia por su presencia en la novela de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, en que el narrador recobra la memoria de su infancia después de oler y comer una magdalena impregnada en té.
Sin embargo, Proust se refería a una variedad concreta del noreste de Francia llamada "petite madeleine", que parece una magdalena de las nuestras cortada en dos verticalmente y que tiene mayor consistencia y, por ello, no se deshace al empaparse.
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